Últimamente escribo mucho sobre masculinidad.
Pero no solo escribo, si no que también hablo, debato, comparto ideas sobre ella en persona.
He de admitir que no siempre he levantado la voz cuando se ha atacado lo masculino.
Quizás por no entrar en debates estériles, o quizás porque era lo que se esperaba dentro de un mundo donde el ser hombre se ha convertido en el muñeco de pim, pam, pum con el que todo vale, con un discurso político más preocupado de ganar votos más que de abrir debates sanos.
Por eso ahora, si veo un ataque injustificado a la paternidad masculina o la masculinidad, salto.
Eso me ha llevado a pelearme más de lo que me gustaría.
Pero es un estigma que pienso vestir, de aquí en adelante, sin miedo alguno.
No se puede lanzar un mensaje verdaderamente profundo o rompedor sin herir la sensibilidad de alguien.
Puede ser que no hieras a la persona con la que hablas (o sí) pero seguramente, en algún momento, te encontrarás con alguien a la que vas a ofender, a la que te vas a tener que enfrentar.
Pero por cada mil que puedas ofender, hay otros mil en los que has resonado por dentro.
Mil que van a pensar “este hijoeputa me la leído la mente”, pero que nunca han abierto la boca.
Porque el miedo a ofender, el miedo a no seguir la corriente, les ha podido.
Si eres hombre y padre te invito a no quedarte callado ante la próxima conversación donde se hable de lo masculino como una característica a cambiar o a quitarle valor al nuevo modelo de padre que has tenido que aprender partiendo de cero referencias masculinas en la crianza.
Hazlo por ti, por poner en valor tu papel o, por lo menos, para que otros vean que no están solos en esa lucha.