Hace un tiempo te contaba que no veía las noticias.
Ojo, que no significa que viva en la inopia y no tenga ni idea de por dónde me viene el viento. Sé lo que pasa, sé qué se mueve, pero a un nivel puramente informativo. No entro en debates políticos, tertulias y demás circos.
Tengo un conocido que, desde que entra en el trabajo hasta que sale, tiene de fondo la radio puesta con las tertulias político/corazón de turno. Vive amargado, excitado, indignado. No me cabe duda de que su vida sería mucho mejor sin escuchar eso que haciéndolo. Aunque por dentro tenga una falsa sensación de control, de estar al día, de capacidad de cambiar algo por tener esa información.
Tu metro cuadrado
Y ahí es donde entra la principal razón por la que no escucho noticias o miro poco más allá de mi propio horizonte. Me preocupo de lo que controlo, de mi propio metro cuadrado.
Eso no quita que se me encoja el corazón por lo que le ocurra a alguien fuera de él o que no trate de poner todo lo que está en mi mano por ayudar. Significa que sé perfectamente diferenciar entre lo que está en mi mano y lo que no.
Lo que no, no me quita el sueño.
Si cambia una ley que me afecta directamente o se sube un impuesto que me va a quitar más dinero de mi bolsillo, me jode, pero está fuera de mi radio de acción. Mi preocupación será pensar lo que tengo que hacer para contrarrestarlo.
¿Quién tiene el control?
Piensa en tu situación actual y dónde estás, qué has conseguido y qué no.
De todos los cambios externos a ti que han ocurrido en políticas locales, estatales o mundiales, ¿cuántos de ellos han impactado directamente, tanto positiva como negativamente, en tu estado actual?
Y, por otra parte, ¿qué peso han tenido tus decisiones personales y profesionales en esa misma situación?
Seguramente este segundo grupo gane por goleada.
La grandísima mayoría de culpa de tu situación actual deriva de tus propias decisiones, no de las ajenas.
El mundo es perfecto
El mundo es como es: perfecto.
Ojo, no he dicho justo, he dicho perfecto.
Es perfecto porque las reglas están ahí encima, muy claras, a la vista de todo el mundo.
Ahora se lleva mucho el tema de "salir de la matrix", de encontrar esa auténtica realidad detrás de la que vivimos y querer saber los entresijos de por qué todo es como es.
Forma parte de la curiosidad humana pero, ¿de qué te valdría saberlo?
Si mañana te abren esa Matrix, se sientan contigo un par de aliens y te explican que están jugando a los Sims con el planeta Tierra, y que todos somos mascotas dentro de un acuario de dos adolescentes que viven en Alfa Centauri, ¿de qué te valdría?
Tú vas a tener que seguir jugando a este juego de la vida con las mismas reglas que tu vecino amante del vermut y su peli de los sábados noche.
Las reglas son las mismas para todos, para bien o para mal, y no nos queda otra que asumirlo.
Educar también es asumir
Si a un gladiador en Roma le daban a escoger entre lanza o hacha para pelear, él no podía negarse argumentando que estaba en contra de sus principios morales la violencia física.
Si no asumía las reglas y escogía un arma, lo pasaban por la piedra en menos de un minuto.
Es parte de la educación que pretendo con mis hijos.
Hay veces que quieren que existan más opciones de cena, o ir al parque un día de lluvia, pero hay unas normas, unas reglas “perfectas” que no se lo permiten.
Su alternativa es llorar desconsolado y quedarse sentado en el suelo, o buscar una alternativa para hacer de esa comida algo sabroso o hacer un parque dentro de casa con los cojines del sofá.
Tú tienes la misma alternativa.
Quejarte y lamentarte por todo lo que ocurre alrededor tuya o proteger y preocuparte solo de que a tu metro cuadrado le vaya lo mejor posible con las reglas que te ha tocado jugar.