Hace unos años era un auténtico intensito de la actualidad.
Podía hablar de casi todo (iba para tertuliano de Telecinco) y para todo tenía una opinión.
Sucesos, política, deportes, todo lo que me llegaba a los ojos.
Y debatía.
Debatía fuertemente, porque no iba a dejar que mi opinión tan bien formada quedara dentro de mi cabeza.
Y eso me llevaba a discutir. Discutía mucho.
Discutía en Internet, con desconocidos (lo mismo he discutido contigo), discutía en foros, en redes sociales, pero donde más me gustaba discutir era en la vida real.
Almuerzos, sobremesas, copas, cualquier lugar era buen momento para dejar claro que estaba muy muy bien informado.
Y, por supuesto, discutía con familia y amigos, con sus bonitos momentos de tensión, de silencio y distanciamientos.
Tras una de esas etapas donde las discusiones en familia llegaron a cotas demasiado altas, decidí parar.
En seco.
Dejé de consumir cualquier contenido de actualidad, cualquier tipo de tertulia, charla o hilo de tuiter.
Al principio, me costó mucho (el mono es lo que tiene) pero, poco a poco, conseguí ir dejándolo.
De pronto, venía un amigo y me decía “vaya la que ha liado -inserte aquí el político de turno-” y yo no tenía ni idea de a qué se refería.
Y, mágicamente, lo que aquél concejal de turno hubiera hecho, por muy grave que fuera, no afectaba a mi estado emocional.
O las últimas declaraciones de deportista X pasaban desapercibidas y no me generaban ningún impulso de crearme una opinión Y.
Si me lo hubieran dicho meses antes, no me lo hubiera creído, el hecho de no conocer a cuanto estaba la prima de riesgo o cuánto tiempo habían condenado a fulanito no me afectaba en nada.
Resulta que no estar al tanto de toda la mierda tóxica que derivan de las corrientes de opinión no solo no había cambiado mi día a día a peor si no que estaba mucho mejor de ánimo.
Y no solo eso, sino que en los temas que realmente me aportan puedo poner los 5 sentidos sin ensuciarlos de sentimientos negativos heredados de otros en los que mi persona ni pinchaba ni cortaba.
Esto no significa que viva en Babia.
Estoy informado, me ciño a una lectura aséptica en la mañana de lo más destacado, en un feed de noticias personalizado y poco más.
Pero todo de una forma muy forense:
-Pasó esto.
-Las consecuencias fueron estas.
Punto.
La gestión emocional es parte vital para que la relación con tu entorno y tus proyectos, personales y profesionales, vayan por el camino correcto.
No lo pongas difícil consumiendo auténtica basura mediática.
Tu vida seguirá exactamente igual.
Nada, no consumo absolutamente nada. Solo veo los domingos “Los minutos del odio” de Fabián C Barrio y me sirve para enterarme y reírme de nuestro país (político).
No hace falta saber nada de algo que cambia cada día. Me quiero acostumbrar a decir: “No lo sé”
Hace tiempo que hago lo mismo. Y, no, no me importa no estar informado. No me importa no tener una opinión de todo (no hay que opinar de todo) Nos han inculcado que debamos estar continuamente pendientes de lo que pasa en el mundo. Pues discrepo. No debemos estarlo. Primero, porque los medios ya están manipulados de por sí y quieren que sepamos o que leamos lo que a cada uno le interesa dependiendo del pie que cojee y segundo, porque no lo necesito. No digo que no sea bueno estar mínimamente informado, seguro que sí. Pero he decidí sacar información innecesaria de mi cabeza.