He leído una publicación de una chica que no conocía.
Ella es
y la publicación es “Dejarme aplastar por un hombre que me explica cosas”.Anna escribe muy bien, mete referencias como una metralleta (en el buen sentido de la palabra, ya que me gusta engordar mi lista de lecturas pendientes) y tiene en su escritura un regusto de ironía y sarcasmo que me hace leerla con una sonrisa, más imaginando que lo escribe con cara de Aubrey Plaza.
En el artículo habla de cómo se sintió tras una charla con un director estirado que minusvaloró su carrera (e incluso su futuro) como escritora, tras salir el tema de que iba a publicar un libro en la cena en la que estaba junto a su pareja.
Todo el que tenga un poquito de artista dentro (permitidme que me incluya) sabe lo que cuesta mostrar su obra al mundo y la de dudas que puede generar cualquier mueca del interlocutor que tengas delante.
Más allá de que este pinkfloyd (referencia puretil) le tocara la fibra sensible a Anna con su arte, ella comparte en el artículo muchos ejemplos de obras donde la condescendencia del varón hacia la mujer es manifiesta (os recomiendo leer el artículo porque está bien surtido).
Yo no soy mujer, ni siquiera creo que tenga mucha energía femenina, y por lo tanto, soy blanco fácil para que se me fune por lo que voy a decir e, incluso, irónicamente, voy a hacer justo aquello de lo que se queja Anna en su artículo.
Voy a explicarle por qué los hombres explican cosas a las mujeres o, más concretamente, por qué no debe sentirse mal cuando un hombre juzga a una mujer.
Voy a empezar por el principio, como diría aquel.
Los hombres somos muy duros porque vivimos en un entorno duro.
El juego de status ha formado parte de la masculinidad desde que el mundo es mundo (o, por lo menos, desde que existen especies de ambos sexos).
El ave macho con las plumas más bonitas y el baile más exótico.
El león que cubre más hembras.
El salón de té con las obras más exclusivas en sus paredes.
La energía masculina es así, tenemos que ser (o al menos parecer) el alfa en nuestro estrato. Es algo que, como hombre, te sale voluntariamente, o lo haces involuntariamente, por naturaleza.
Se nos van los ojos con el deportivo que pasa delante nuestra, no por su estética, porque nos imaginamos cómo se sentiría estando dentro y que todos nos miraran con envidia.
O compramos la TV 5 pulgadas más grande que la que nos enseñó nuestro vecino hace una semana porque tenemos que tenerla más grande (y la tele).
Quizás eres hombre y me estés leyendo y pensando “No, Óscar, yo no hago eso”.
Enhorabuena, eres un hombre elevado, como diría David Deida en “El camino del hombre superior”, tu misión es tu guía en la vida y estás por encima de todos en estos juegos de status.
O también puede pasar que creas que no haces esos juegos pero sí los haces, porque esto es como tener un trozo de orégano en un diente, no puedes verlo tú mismo pero sí lo ven los demás.
Lo que suele ocurrir es esto segundo, sobre todo si estás en un nivel hormonal alto.
Esa lucha por el status convierte la convivencia con otros hombres en la puta selva.
Es cruzar un río lleno de pirañas después de haberte cortado depilándote las piernas.
Los hombres nos retamos CONSTANTEMENTE de las maneras más retorcidas y en los temas más vagos que puedas imaginarte.
Si estás en un grupo de amigos y sueltas con toda la ilusión del mundo “Tíos, por fin pude levantar 100 kilos en press de banca en el gimnasio ayer”, lo más probable es que te responda uno “lo que no consigues levantar ya es el flequillo, que se te ve el cartón”.
Y no lo suelta porque sea un imbécil redomado (aunque puede coincidir que también), sino porque, quizás, has tocado su orgullo y debe asegurarse que con ese logro no escales en la escalera de status del grupo.
Y ahí entra el encaje que como hombre tengas o hayas desarrollado.
Puedes hundirte, puedes contraatacar o puedes simplemente asumir que forma parte del juego masculino de ponerte en el borde del abismo y no es nada personal.
Y eso es justo lo que te pasó, Anna.
Sentiste el juego de la energía masculina chocando de frente con el de la energía femenina.
Como diría Michael Corleone, “No es nada personal, solo negocios”.
Seguramente ese estirado director no te tiró beef de manera premeditada, habría soltado algo similar con un chaval que estuviera empezando o hubiera hecho otro comentario en el juego del status a otro hombre que le hubiera explicado cualquier otro proyecto ambicioso que le hiciera parecer por debajo de él.
Este juego de status solo acaba de dos maneras.
O cuando consigues elevarte como hombre a otro nivel, entrando en un estado de conciencia superior en el que no ves peligrar tu estatus ante la presencia de otro hombre (lo raro).
O cuando, hormonalmente, los niveles de testosterona caen en picado y no sientes la llamada de la naturaleza como antes.
Si eres mujer estarás escribiendo ya “vaya unga ungas” y si eres hombre estarás asintiendo con la cabeza mirándote las mil y una cicatrices que ya llevarás de los infinitos juegos de status de los que has sido testigo desde que nos empieza a salir pelos en partes húmedas.
Si te has ofendido, seas hombre o mujer, lo siento, no es nada personal, es parte del juego.
Enhorabuena por tu artículo, Anna, y la próxima vez dile algo como “Una pena que tus películas no estén siendo reconocidas como debieran, no es tu culpa seguramente” y sacas a pelear tu energía masculina. Es divertido (a veces).
Me ha encantado conocer tu perspectiva. Nunca me lo hubiera planteado así. Interesante, sin duda!!
PD: el otro día escribí un comentario sobre un compañero que intenta quedar por encima en las discusiones jurídicas. Yo lo achacaba a su necesidad de ser validado como el más listo o el que más sabe, pero esto de mantener el status, ... interesante Óscar (casualidades o temas algorítmicos, justo venía de leer el post de Anna).
PPD: mientras escribo el comentario estoy revisando mentalmente otras situaciones de este tipo 🤔
¡Muy bueno! Ahora ya entiendo muchos de los comentarios absurdamente ofensivos de mis dos jefes, remarcando su "obvia superioridad" en sus ¿conocimientos?.
No soy yo, es su ego...